Prólogo
Disposición, gesto, entrega
-Retratar y ser retratado en el Maule-
1. Los retratos
A menudo hemos oído decir hasta la saciedad esta manida y muchas veces certera sentencia: «El rostro es el espejo del alma». Mi modesto propósito será intentar probar que un retrato también es el vivo espejo de algunas cosas más. Por ejemplo, cuando los amigos y las amigas, los vecinos y los desconocidos nos miran, la tensión de la luz que quizás ellos perciban en nuestra piel viene a decir mucho más sobre ese personaje que vemos o creemos ver cada mañana frente al espejo de nuestro propio baño. Esa luz tensa y pausada es la materia flexible que un retratista ha de poner en juego con su mirada y, sin duda, su desafío es saber captarla. Como el lector está a punto de comprobar, Héctor Labarca Rocco ha sabido apresar el encuentro de la mirada con el rostro y la luz. El resultado es este piadoso y magnífico libro que ahora el lector tiene entre sus manos.
No me da aprensión alguna decir que ver una colección de rostros como ésta puede llegar a recordarnos el humano temblor de la especie. Reconocer a quienes vemos casi todos los días -o asombrarse ante esa cara que de improviso podría presentársenos como del todo desconocida- nos recuerda la certeza de lo que somos; aunque no pocas veces es en los demás en quien vemos el dudoso consuelo o la larga y dulce incertidumbre de lo que nunca seremos. Reconocernos en el retrato que se nos ha hecho, descubrir en éste algo o mucho de nosotros mismos -aquello en lo que aún no habíamos reparado-, atiende al hecho de la sorpresa y al extraño reconocimiento de nuestra propia fisonomía, frente a ese destello que, leve pero insistente -no veo contradicción en estos dos últimos adjetivos-, nos proporciona mucho más que la peregrina y casi siempre mutante impresión que podamos tener de nosotros mismos.
Este libro muestra cómo el relente de un río imaginario retrata el arco de las pupilas que miran o contemplan otros rostros: dentro o frente a un bar o botillería; entre zapatos; junto a los libros leídos, estudiados o aún por vender; junto a unas fotos que acabamos de enmarcar; entre telas pintadas, frente al ordenador o manejando el auto; junto al carrito de la basura, atendiendo el restaurante; y, siempre ante la cámara, los rostros levitan reflexivos y meditativamente serios en ese frágil y único momento que el fotógrafo sabe sustraerles y, sin temor a exagerar, también les regala.
Un rostro fotografiado siempre nos remite a la idea de mirada, respiración, movimiento puro e iluminado humor. La secreta tarea, la pasión del fotógrafo y su trabajo, es mostrar y demostrar que, gracias al arte de comprender la disposición, el gesto y la frágil entrega, el rostro seguirá respirando en la fotografía.
Escribo bajo el signo de la limitación y, quizá, con la ventaja de nunca haber leído libro, artículo o ensayo sobre el arte de retratar al prójimo. Alguna idea, cita o muletilla podría haber sacado de ese puente o trampa; sin embargo, me parece que un comentario sobre el maulino arte de retratar a los vecinos y vecinas, a los conciudadanos y conciudadanas, puede que sea lo más parecido al profundo y al mismo tiempo desprendido intento de entender quiénes son y qué gesto tienen los habitantes de nuestro mundo más cercano.
2. El libro
Sospecho que, más allá de su ubicua amabilidad, es éste un libro sin concesiones, un libro en el que la disposición y la experiencia del retratista se topa con el modelo circunspecto y serio, con la persona que posa consciente -de la aprehensión de su entereza y dignidad-, es decir, con ese modelo dispuesto y decidido a ser lo que el retrato posiblemente alcance a mostrar.
Por otra parte, en los textos de las fichas que apoyan y comentan las fotografías Mario Verdugo muestra un incisivo, preciso y por momentos entrañable tono que se mueve desde la considerada y fraternal palmada en el hombro hasta el chorreante y no por eso menos humano escalpelo que sólo un lúcido minicronista como él puede y sabe usar. Podría pasar que más de algún retratado o retratada no se reconozca en esos textos, pero al menos tendrán la foto para constatar que sí, que no cabe la menor duda de que en esas corrosivas, estrepitosas y magníficas fichas sí se está hablando de ellos. Le propuse a Mario que suplantáramos los papeles, que hiciera él esta introducción y que yo escribiera las fichas -tarea que habría sido del todo casi imposible porque, ahora lo confieso, yo jamás he estado en Talca-. Intentar extrapolar nuestros papeles y capacidades no habría estado mal -por la experiencia, por el equívoco y los extraños aciertos que con ello quizás habríamos conseguido-; pero, como aquí se puede ver, nos hemos atenido al pedido original, a nuestra casi paralela y subordinada misión. Con esto quiero decir que en estas páginas podrán encontrar -y modestamente le pido al lector que es en eso en lo que se ha de fijar- una honesta intencionalidad por presentar una serie de rostros de personas, la mayoría de Talca, profesionales, maestros y maestras, trabajadores a sueldo o a la intemperie; en fin, vecinos y vecinas. Y no es otro que Héctor Labarca Rocco el único responsable: vuestro lúcido vecino, nuestro lucido fotógrafo. Es a él a quien hemos de darle las gracias por este inquietante libro, y, por supuesto, también a las personas que quisieron o aceptaron ser retratadas.
Una última cosa. Lector, adéntrate y sumérgete en este libro como si éstos fueran los últimos rostros de la humanidad.
Bruno Montané Krebs
Barcelona, 3 de diciembre de 2005